Una de las grandes contribuciones de la psicología humanista es concebir que el ser humano puede cambiar por sí mismo. Mientras que la psicología conductiva-conductual y el psicoanálisis consideraban que las personas están determinadas a cumplir un destino; la psicología humanista regresa a las personas la responsabilidad de su propia existencia.
Por su parte, el existencialismo concibe que un hombre existe a partir de darse cuenta de que no sólo está vivo como parte de un acto biológico, sino que tiene en él mismo la capacidad de elegir hacia dónde moverse, qué hacer consigo mismo y por ende, con su vida.
La libertad es uno de los principales atributos que rescata en su discurso la filosofía existencialista. Así lo asentaba Jean-Paul Sartre, —El hombre está condenado a ser libre—.
Así la psicología humanista y el existencialismo establecen las bases sobre lo que hoy entendemos sobre el cambio en las personas: Saber que existe la posibilidad de no permanecer siendo los mismos y de tener un futuro diferente. Es tomar conciencia de nuestra capacidad intrínseca para ser distintos y sobre todo, del derecho que tenemos de serlo.
A mí me gusta llamar a este proceso: transformación porque hablar únicamente de cambio, parece reducirse a un quitar/poner algo; creo que la experiencia humana, incluyendo la conducta, va más allá de eso.
La transformación implica respetar lo construido hasta el momento para darle cabida a algo nuevo. Desde lo construido, no sin él. No es un quitar una conducta para traer la nueva, sino desde la que tengo crear la deseada. Reconocer lo que soy para poder moldearme a lo que quiero ser.
Si yo quiero dejar de quejarme de la vida, el primer paso es asumir que me quejo. A partir de esto puedo transformar mi necesidad de quejarme en el aprecio por lo que sí tengo.
Desde mi necesidad hasta mi posibilidad, no peleándome conmigo y forzándome a ser quién naturalmente no soy. De lo contrario, lo único que lograré es reprimir completamente una parte de mí. Esa misma parte que, eventualmente, brotará de una forma más acentuada. A mis pacientes siempre les digo, es tallar el tronco y moldearlo, no cambiar de árbol.
Respetar a quién soy es la base para poder transformarme a quién quiero ser. Desde ahí el camino es más llevadero, pero no por eso menos complicado. Es una tarea cansada, pero ciertamente alcanzable.